HACIA UN SIGLO DE HISTORIA CON TITULOS DE NOBLEZA


Durante el último decenio del siglo diecinueve, a la pequeña Buenos Aires se le subieron los humos a la cabeza. Aspiraba elevarse a la condición de "Segunda capital latina de la Tierra". Para lograrlo, estaba tan dispuesta a despojarse del lastre de lo antiguo como a consumir vorazmente todo lo nuevo. La velocidad reemplazará a la quietud, la ostentación a la modestia, la afectación a la sencilla naturalidad.

De la mano de unos pocos. El lujo se pasea jactancioso de haber arrinconado la misticidad de la aldea. Cambian los gustos y se alteran las pautas de consumo. Alfredo, el protagonista de Horas de fiebre (1891) viste con la mejor ropa importada, construye un palacete, se exhibe en Florida, come en los mejores restaurantes, y gasta en joyerías y mueblerías caras. Buenos Aires mira a Europa y la imita.

La ciudad cambia de ritmo, de color y sabor: "la música italiana, generosa y heroica, los vinos franceses y los cigarros de La Habana, dan entusiasmo, alegría y aroma de opulencia" apunta Juan Balestra. En 1890 la fiebre alcanzó su temperatura más alta. Más que el fin de la euforia, el 90 y su crisis fueron un espasmo de advertencia. El final del siglo prodigaba optimismo, y prometía que su bonanza era sólo un modesto anticipo de lo que estaba por venir.

El sorprendente crecimiento demográfico de la Argentina, a caballo de los siglos XIX y XX, ensanchó el mercado interno diversificando la demanda. De los casi cuatro millones y medio de habitantes de 1895, el país pasó a los siete millones ochocientos mil en 1914. Este proceso estimuló el pasaje de la industria casera manual a la producción fabril mecanizada. Hacia la década de 1870 nuestros incipientes establecimientos fabriles solo fabricaban "la ruina de sus dueños". A partir de 1880 se acentúa la producción de alimentos y vestimenta, dando mayor importancia al sector manufacturero en la producción de la riqueza nacional. Los productos requeridos tradicionalmente por las elementales necesidades de consumo de la Argentina criolla no escaparán de ese reacomodamiento. El mate, el azúcar, la carne, las alpargatas y los cigarrillos no pueden sustraerse al proceso de cambio impuesto por un mercado más amplio y abarcador de casi todo el territorio del país. Hasta mediados del siglo XIX, la fabricación de cigarros y cigarrillos permanecía sujeta a las condiciones de la economía colonial, apenas con variantes. Por cierto que la independencia había puesto fin a la Real Renta de Tabacos que monopolizaba la elaboración y venta del producto, pero no había logrado superar las limitaciones impuestas por la calidad del tabaco y la modalidad de su manufactura.

El tabaco figuraba como un artículo de primera necesidad. No bastaba con saber que "era un género sumamente deseable, un menester que resulta asequible", señala una historiadora aludiendo al período colonial. Tanta importancia tenía que en 1778 España envió al Río de la Plata a don Francisco de Paula Sanz al frente de una "expedición del tabaco". Debía procurar mejorar los ingresos de la real hacienda, no sin antes realizar un estudio de mercado que estableciera los gustos de los consumidores. Las preferencias de éstos se repartían entre el tabaco en polvo, que se aspiraba por la nariz, y el de rama, que se fumaba o mascaba. Hacia 1825, un viajero inglés advierte que Buenos Aires tiene preferencia por los habanos. Pero ellos son caros y no siempre llegan en buenas condiciones. Son más usados los cigarros de papel y los de hoja.

Esos cigarros se vendían en almacenes y pulperías. "Casi todos los almaceneros tenían su picador de tabaco, especie de profesor ambulante que iba de almacén en almacén" refiere José Antonio Wilde. Almaceneros y pulperos preferían este sistema porque, de este modo, evitaban que los cigarreros en sus casas sustituyeran el tabaco bueno por otro de inferior calidad. El cigarrero ponía sobre sus piernas una fuente de lata con el tabaco picado, hojas de papel de hilo y un cuchillo. No se conocían los paquetes ni los envoltorios. Se ataban entre dieciséis y veinte cigarrillos con un hilo negro. La fabricación de cigarros de hoja daba trabajo y sustento a muchas familias pobres. De esta forma de producir cigarrillos se pasó luego al establecimiento fabril, donde se empleaban mujeres que armaban los cigarrillos a mano. En galpones o amplias habitaciones se producían las todavía elementales variedades de un producto con creciente demanda y con una variedad de gustos que era necesario atender. En 1898, dos jóvenes amigos deciden instalar un pequeño establecimiento para fabricar cigarrillos. Disponían de un pequeño capital, de una modesta buhardilla en la calle De La Piedad (hoy Bartolomé Mitre) de lo que pretendían hacer y de cómo debían hacerlo.

Juan Oneto y Juan L. Piccardo invirtieron 300 pesos en adquirir una rudimentaria máquina manual de hierro para picar tabaco. Muy pronto incorporarían una más completa y veloz, la cigarrera Bonsak, con capacidad para elaborar doscientos cigarrillos por minuto. En el número 3493 de esa misma calle De La Piedad funcionaba el taller mecánico de Antonio Piccardo, quien ofrecía reparaciones de máquinas a vapor, gas, queroseno y la fabricación de máquinas para elaborar confites. Al año siguiente la empresa incorpora dos nuevos socios: Emilio Costa y Pedro Piccardo.

Por esos días de 1899 aparecen otras señales de la madurez alcanzada por el industrialismo argentina. El 26 de julio se realiza la gran concentración de la industria. Más de ochenta mil personas marchan desde plaza Lorea hasta el Congreso. La industria necesitaba que el país la reconociera como "un factor importante" de su vida económica. El presidente Roca, vuelto a la presidencia a los 55 años de edad, intentaba distanciarse tanto de la apertura indiscriminada como del proteccionismo absoluto: "la protección debe ser racional y equitativa", explicó. La pequeña empresa del desván de la calle De La Piedad nacía con buenos auspicios. La situación de Cuba, independizada de España luego de la guerra de 1898, afectó el mercado mundial de tabacos. Fue precisamente en Cuba donde, a un mes de descubierta América, los españoles conocieron "el tabaco de fumar". Ese hallazgo de la "hierba maravillosa" se produjo en una época propicia para su recepción como una panacea en el Viejo Mundo. De Cuba salió a Europa en el primer viaje de retorno de Colón, y a partir de allí se expandió por todo el mundo con extraordinaria rapidez. Fernando Ortíz, el historiador del tabaco, dice que esa expansión fue espontánea, rápida y extensa. Los españoles en Indias fumaron primero a escondidas, y luego con desenfado. Se llevaron la planta y, en los siglos XVI y XVII exportaron a América el cigarrillo envuelto en papel. En Francia su fabricación comenzó en 1842. Según el erudito Ned Rival, el cigarrillo alcanzó en Europa masiva difusión recién a partir de la guerra de Crimea, entre 1854 y 1856.

El cigarrillo es un hijo mestizo, dice Ortiz "es un lujo de primera necesidad", además de ser el más popular y universal. Una de sus funciones más importantes, anota García Gallo es "brindar una compañía en la soledad". Las largas travesías en carretas o carruajes, matizadas con los altos en las postas esparcidas en la soledad, se hacen llevaderas con la inseparable alianza entre el mate, el cigarrillo, el asado y el naipe. El progreso iniciado en 1880 no expulsará tales hábitos, sino que los incorporará, más discriminados, al país moderno.

Oneto y Piccardo captan el momento, se imaginan la evolución de la demanda y se disponen a responder a su crecimiento. El tabaco nacional puede empezar a sustituir al buen tabaco que aún se importa. "El que come y no pita es como el que se pierde y no grita", era el dicho en el norte argentino llegado desde Bolivia. Satisfacer el deseo de tener a mano ese "lujo de primera necesidad" es el objetivo de Piccardo. Pronto el desván de la calle De La Piedad queda estrecho. Hay que disponer de galpones para almacenar la materia prima. Pronto, también, la empresa de amigos debe adquirir los rasgos de una compañía formal.

Cuando eso ocurre, en 1899, la firma celebra las vísperas del nuevo siglo al haber vendido 316.000 paquetes de cigarrillos y enseguida haber multiplicado esa cifra. El modesto taller se convierte en una fábrica. Primero funciona en Defensa 1155, y luego en el 1236 de la misma calle. La media docena de obreros también se multiplica por 20, y no deja de incrementarse. Piccardo lanza una marca que, con el tiempo, se convertirá en la de los cigarrillos más antiguos del mundo por ser los de mayor continuidad. Aparecen los 43.

¿Por qué 43?. Según una versión, por aquel belga que en la afiebrada bolsa porteña de 1890 compró acciones, que no valían más de 42 pesos a 43, como una profesión de fe optimista mientras los papeles se hundían. Según otra versión, también relacionada con el mundo bursátil, operaban allí 42 corredores. Cuando alguien detectaba un intruso gritaba: "¡ Cuarenta y tres, cuarenta y tres!" para advertir de esa presencia extraña. La cifra tenía, pues, su historia, y por entonces su fama. Una fama largamente superada por la que lograrían aquellos cigarrillos que, como muchos de los producidos por Nobleza-Piccardo, pertenecen al paisaje, los recuerdos y el sabor de lo argentino.

A los 43 originales se sumaron luego los 43 Especiales y la marca Casino. En sólo un año, consignan los anales de la empresa, se vendieron 460.120.000 cigarrillos. La publicidad popular, transmitida espontáneamente, se reforzó con las campañas en revistas como Caras y Caretas y Fray Mocho. Pronto se incluyeron en el paquete los cartoncitos de 2 centavos, los que acumulados se canjeaban por un nuevo atado. Esos cartoncitos llegarían a circular como moneda corriente. Después vendría otros premios más grandes y atractivos. Los 43 "tenían el signo de la calidad que identificó el gusto, el sabor y el aroma del cigarrillo argentino".

El 1 de junio de 1914, se levanta el tercer censo nacional, que incluye un prolijo relevamiento de la industria argentina. Según ese censo, la industria cigarrera contaba con establecimientos que, por sus capitales, perfección de sus maquinarias, número de obreros y valor anual de su producción, eran comparables con los mayores y mejores del mundo. La Argentina era "uno de los países donde los cigarrillos son mejor presentados, de superior calidad y más baratos".

Un año antes, cuando todavía gobernaba Roque Sáenz Peña, se había firmado el decreto que autorizaba el funcionamiento de la Compañía Nacional de Tabacos, que contaba con un capital inicial de cinco millones de pesos. Veinte años después pasará a denominarse Compañía Nobleza de Tabacos SA, en virtud de un decreto que prohibió el empleo del término "nacional" en el nombre de las razones sociales y de empresas comerciales, También en 1913, Piccardo y Compañía se transforma en sociedad anónima.

La primera guerra mundial provoca la interrupción del normal abastecimiento de artículos manufacturados. La guerra estimula la expansión de las empresas existentes en el país y la aparición de nuevos emprendimientos. Entre 1900 y 1914, la población creció a un ritmo anual de 4.2%, mientras que el producto bruto lo hizo en una tasa del 5.5%. En 1914, la evaluación del año de Piccardo SA, era francamente positiva: "la elaboración y venta de los productos de la sociedad en el año, acusa progreso en relación a los ejercicios de la firma antecesora; y el directorio considera que el resultado financiero obtenido es satisfactorio". Claro que lo fue, y los números del balance accionario presentado a los accionistas lo confirmaba plenamente. Deducidos los importes destinados a los fondos de reserva, quedaba un remanente de 1.756.000 pesos, equivalente a poco más de 700.000 dólares. Las campañas publicitarias de las marcas clásicas de Piccardo, 43, Excelsior y Plus Ultra (lanzada en 1926 en homenaje a Ramón Franco y la tripulación que cruzó en avión el Atlántico), incluyó diseños con firmas notorias. En los años 20, los carteles de Piccardo se apoyaban en la gracia femenina propia de esos "años locos", en motivos egipcios –como los de Huergo- o incaicos.

En tanto, Nobleza experimenta una no menos notable expansión, no sólo financiera, sino también física. Ese año 1920 se adquieren los terrenos y se inician los trabajos de cimentación de los nuevos depósitos, fábrica, y oficinas propias en la calle Puán, en el barrio de Caballito, donde funciona ahora la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Nobleza produjo, en 1919, tres millones de paquetes de catorce cigarrillos cada uno, cantidad usual en los "atados" de la época. En el año 1923, su línea de tabacos Mariposa lograba gran aceptación. Ese mismo año Nobleza obtiene la licencia para fabricar en el país los Player’s una marca famosa en el mundo. También en 1923 su marca Pour la Noblesse, a 20 centavos el "atado" alcanzó una venta récord de 14.000.000 de paquetes.

A finales del siglo XIX se gestan estas empresas. Durante la primera década del siglo XX se afianzan en el mercado, y en los años 20 experimentan una notable expansión. Es la época de marcas como The Flag, City Club, Magnos, Celma, o de Senadores (negros). Aparecen los Cuyanos, Flor de Ceibo y Argos, que cubren la demanda de los sectores populares por su precio accesible. En 1935, Nobleza toma a su cargo la distribución de productos de la Manufactura de Tabacos Mitjans, Colombo y Compañía, que producía los Clifton, Commander, Piloto y Dixis.

Muchas marcas quedaron fijadas en la memoria colectiva con tanta fuerza que su sola mención actúa como una llave capaz de abrir el cofre de los recuerdos. Piccardo por un lado, y Nobleza por el suyo, dejaron una larga lista de marcas entre las que se pueden añadir: Columbia, American Club, Gloster, Embajadores, Fontanares, Commander, Jockey Club, Viceroy, Derby, Lucky Strike, Pall Mall, Clifton , Camel, Parisiennes, y muchas más.

Nobleza introdujo en 1938 los primeros cigarrillos con filtro del país, los Richmond rubios, y los Tranquilos en negros. El gusto del público no había cambiado del todo y los cigarrillos con filtro deberán esperar hasta 1960 cuando Piccardo lanza sus Gloster (rubios) y los 43 (negros). En 1962 Nobleza lanza al mercado el primer cigarrillo de tamaño King Size, el popular Jockey Club, y luego el primer 100 milímetros, el Commander, al que sigue Windsor, el primer delgado largo en 1972. En 197, un año antes de la fusión, aparece el primero de 120 milímetros.

Pero la marca de mayor éxito en ventas y continuidad a lo largo de 66 años es, sin dudas, Jockey Club, lanzado al mercado con notable resonancias en 1926 en paquetes de 10 unidades de 70 milímetros, medida usual por ese entonces. Retirados de la venta en 1947, reaparecieron dos años después. El Jockey es un caso único en el mercado argentino de cigarrillos. A comienzos de 1964 pasó a ser la marca de mayor venta en el país, y al año siguiente conquistó el 16.5 por ciento del mercado nacional, porción que se agrandará en 1967 cuando logre el 25,6 por ciento de ese mercado.

Ese mercado experimenta cambios constantes, a los cuales Piccardo y Nobleza, todavía por separado, deben responder. El atado de 14 unidades es reemplazado en los años 20 por los de 20 unidades. Medio siglo después se perciben otros cambios. El público los prefiere rubios: más del 70 por ciento de las ventas se concentraban en esa variedad, mientras que 10 años antes la aceptación de rubios y negros se repartía por partes iguales. Alrededor del 90 por ciento de los fumadores se inclinaba por los cigarrillos con filtro, y el 55 por ciento fumaba cigarrillos king size.

Junto a su desarrollo, la compañía Nacional de Tabacos se fijó como objetivo estimular el avance tecnológico. En 1925, cuando aún no se había producido en el país la estabilización de los cultivos de tabaco, contrató a E. H. Mathewson, especialista mundial en la variedad Virginia. El experto realizó un estudio de suelo en Bonpland (Misiones). Como resultado de su trabajo se importaron luego 27 variedades de semilla de tabaco Virginia, dando comienzo a las pruebas previas de cultivo. Tareas semejantes se realizaron en Corrientes y en Salta en 1929. Tanto Piccardo como Nobleza prestaron especial atención a la promoción social y cultural, fundando bibliotecas públicas, abriendo y manteniendo casas-cuna, construyendo viviendas para sus empleados en Buenos Aires y las provincias, estimulando las mejoras en los cultivos de tabaco con la introducción de nuevas variedades, y cuidando sus recursos humanos mediante su adecuada capacitación y promoción. La red de vendedores de Nobleza en todo el país se convirtió en un extendido tejido de distribuidores independientes a los que se dio la posibilidad de adquirir edificios, depósitos, vehículos y mobiliario que les proporcionaba la empresa. Desde 1918, fecha de la inauguración de la primera sucursal en Rosario, y hasta comienzos de 1970 la empresa llegó a tener 110 sucursales y depósitos. En 1977 estas dos empresas que habían crecido casi en forma paralela, imbuidas de los mismos valores, una parecida historia, y una similar responsabilidad empresaria, anunciaron su fusión. No eran ésos los únicos elementos que favorecían la idea. Durante décadas Nobleza y Piccardo habían mantenido relaciones excelentes, ejerciendo una competencia no sólo leal, sino también cordial, apoyándose mutuamente en momentos difíciles. La fusión fue, además, objeto de un minucioso estudio. Una charla entre los presidentes de ambas firmas, Francisco Botero y Juan Martín Oneto Gaona, a mediados de 1976, sirvió para pasar en limpio la idea que ya flotaba en ambas empresas. De ese modo se producía un salto en calidad y eficiencia de las dos firmas que, al responder a las tendencias mundiales, inauguraban una modalidad inédita en la historia empresarial argentina.

El proceso de fusión llevó su tiempo, y se completó en el momento en que ambas ocuparon un mismo espacio físico y lograron un ensamble en sus sistemas de producción y comercialización. El espacio urbano de la capital ajustaba como un corsé al nuevo gigante que pasó a ocupar la planta de General Motors en el partido de San Martín, Justo en el límite de la Capital Federal con la provincia. En esos 250.000 metros cuadrados, previamente reacondicionados comenzaron a funcionar en diciembre de 1981 las plantas industriales, oficinas y depósitos de Nobleza-Piccardo. Los modestos comienzos en la buhardilla quedaban como la prehistoria de una empresa cuyo desarrollo prodigioso imaginaron aquellos pioneros de finales del siglo XIX. Cinco años después de la fusión, Nobleza-Piccardo controlaba el 57 por ciento del comercio de cigarrillos, con lo cual ese año (1982) pasó a ser la empresa privada con mayor facturación. Las hermosas y frágiles hojas del tabaco se convirtieron en el símbolo perdurable y resistente de una historia que comenzó abierta en dos brazos, pero que alcanzó su madurez cuando ambos confluyeron para responder a los desafíos que vendrán durante los próximos cien años.

RODRIGO ALCORTA
Reproducido de la revista "Todo es Historia" Número 313 Agosto 1993.
(Gracias a Juan Francisco de la Torre Pérez por enviar el documento original)



Comentario enviado por Juan José Ruiz, Abril 2002. (El texto original ha sido corregido)

Sería interesante completar los nombres de los cuatro fundadores de Piccardo en el 1898.
Pero sobre todo, corregir el nombre del que el autor (o transcriptor) dá como uno de los dos fundadores: era Juan Oneto, a la sazón, padre del último presidente de Piccardo como cía. independiente y primero de la Nobleza-Piccardo (ya algo más dependiente).
El Dr. Juan Martín Oneto Gaona, abogado, Presidente entonces también de La Oxígena, Presidente de la Unión Industrial Argentina, socio caracterizado (qué hérmoso término) del Jockey Club, y además, interventor de la A.F.A. en esos lejanos tiempos, se molestaría mucho si supiera que no se hace honor, por lo menos entre los aficionados, a la memoria de su padre. El mismo solventó el mantenimiento del actual M.A.M.B.A., o sea, Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, ubicado en Av. San Juan 350 (o sea, en la antigua Piccardo de la calle Defensa 1254/78)y entonces ha colocado un pequeña placa sobre el frente , de mármol (no de bronce, porque si no se la chorean), en recuerdo de "Juan Oneto, creador del 43".